El Pacto Verde Europeo es una estrategia global desarrollada por la Unión Europea (UE) para combatir el cambio climático y alcanzar los objetivos de desarrollo sostenible. El objetivo principal es que la UE sea neutra en emisiones de carbono para 2050 y garantizar que el crecimiento económico continúe de forma que no perjudique al medio ambiente. Los países desarrollados están reestructurando sus industrias para minimizar los daños medioambientales mediante tecnologías avanzadas, adoptando diversas medidas y animando o incluso obligando a otros países a seguir su ejemplo. En este artículo examinaremos los retos a los que se enfrentan los países en desarrollo y las razones que explican estas dificultades para adaptarse al Pacto Verde.
Las revoluciones industriales, que han transformado la historia de la humanidad económica, social y tecnológicamente, pueden clasificarse en cuatro fases distintas:
Primera Revolución Industrial (1760-1840)
La Primera Revolución Industrial, que comenzó en la Inglaterra de finales del siglo XVIII, marca la transición de las economías agrarias a las economías industriales, caracterizada por el paso de la producción artesanal a la producción mecanizada. El uso de la energía de vapor condujo a un rápido aumento de la producción industrial y a una mayor eficiencia. La energía del vapor se empleó tanto en la producción como en el transporte, dando lugar a un importante crecimiento económico en países como Inglaterra, Europa y Estados Unidos.
Segunda Revolución Industrial (1870-1914)
A partir de finales del siglo XIX se produjeron importantes avances tecnológicos en los campos de la electricidad, la química, el petróleo y el acero. Se produjo un salto significativo en las tecnologías de producción y la industrialización se extendió por todo el mundo. Esta segunda oleada aceleró aún más el crecimiento económico. El desarrollo del ferrocarril y el transporte marítimo, junto con el aumento de la urbanización y la densidad de población, condujeron a una mayor productividad laboral. Además, la industrialización se extendió más allá de Europa y Estados Unidos, fomentando la competencia mundial.
Tercera Revolución Industrial (1960-1990)
Conocida como la revolución digital, este periodo comenzó a mediados del siglo XX y supuso la integración de la electrónica, las tecnologías de la información y los sistemas de automatización en los procesos de producción. La digitalización de la producción aceleró el comercio mundial y facilitó el acceso a la información. Las fábricas pasaron a estar gestionadas por ordenadores y equipadas con sistemas de automatización. La economía mundial evolucionó hacia una estructura basada en el conocimiento, con un crecimiento significativo del sector servicios. El uso generalizado de las tecnologías digitales también aumentó la competencia en los negocios y contribuyó a la globalización.
Cuarta Revolución Industrial (Industria 4.0)
Esta revolución marca el punto en el que las tecnologías digitales están más integradas con el mundo físico, con la introducción de sistemas de automatización inteligentes y el dominio de la digitalización en los procesos de producción y servicios. Alemania anunció por primera vez este proceso con el nombre de «Industria 4.0» en 2011, y desde entonces el término ha ganado uso mundial. Muchas tareas manuales son ahora automatizables gracias a los avances tecnológicos.
Las revoluciones industriales no solo transformaron los procesos de producción, sino que también afectaron profundamente a las estructuras sociales, las economías, la vida social e incluso el medio ambiente. Mientras que los países desarrollados se han beneficiado significativamente de estas revoluciones, convirtiéndose en grandes potencias económicas, los países en desarrollo se han unido más tarde a estos procesos y se han quedado rezagados en la industrialización.
En la actualidad, los países desarrollados se encuentran bien adentrados en la tercera o cuarta revoluciones industriales. Su capacidad para integrar tecnologías avanzadas en sus industrias les permite crear estructuras más respetuosas con el medio ambiente. Sin embargo, para las naciones que aún no han alcanzado estas revoluciones o integrado la tecnología en sus industrias, cumplir con las obligaciones de sostenibilidad puede resultar extremadamente difícil.
Limitaciones económicas y financieras
Alcanzar los objetivos fijados por el Pacto Verde requiere inversiones financieras sustanciales. Sin embargo, los países en desarrollo suelen disponer de recursos económicos limitados y tienen dificultades para invertir en proyectos de sostenibilidad. En ámbitos como las energías renovables, la eficiencia energética y la transformación de las infraestructuras, en los que se necesitan importantes inversiones para combatir el cambio climático, estas naciones se enfrentan a retos como el déficit presupuestario, la deuda externa y la elevada inflación.
Además, los préstamos y subvenciones asequibles para financiar proyectos ecológicos suelen ser más accesibles para los países desarrollados. Las naciones en desarrollo, por su parte, se enfrentan a dificultades para acceder a estos fondos. Esta situación obstaculiza la realización de proyectos relacionados con las energías renovables, la gestión del agua y la agricultura sostenible.
Muchos países en desarrollo deben centrarse en el crecimiento económico a corto plazo. En estos países, prioridades como la lucha contra la pobreza, la lucha contra el desempleo y el desarrollo de infraestructuras se consideran más urgentes que las políticas medioambientales a largo plazo. Esto hace que se deje de lado la planificación a largo plazo que exige el Pacto Verde.
Deficiencias tecnológicas
La transformación ecológica depende en gran medida de tecnologías avanzadas y nuevas. En comparación con los países que han pasado por la tercera o cuarta revoluciones industriales, las naciones en desarrollo se enfrentan a importantes dificultades para acceder a estas tecnologías.
La mayoría de los países en desarrollo dependen en gran medida de los combustibles fósiles y tienen dificultades para invertir en tecnologías de energías renovables. Mientras que las naciones desarrolladas pueden acceder a tecnologías como la energía solar, eólica e hidráulica de forma más fácil y rentable, los países en desarrollo se quedan atrás en el acceso a estas tecnologías. Debido a la escasa inversión en investigación científica e innovación, muchos países en desarrollo carecen de la infraestructura necesaria para iniciativas de economía verde como la digitalización y la Industria 4.0, que son esenciales para la gestión sostenible de la energía, las aplicaciones agrícolas inteligentes y los proyectos de sostenibilidad basados en datos.
Alta intensidad energética y de emisiones de carbono
Muchos países en desarrollo dependen de los combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas natural) para sostener su crecimiento económico. El uso generalizado del carbón en la producción de energía plantea importantes retos, ya que la transición para abandonar los combustibles fósiles puede tener costes económicos y sociales. El cambio a fuentes de energía alternativas lleva tiempo y requiere importantes inversiones.
A la luz de estos retos, los países en desarrollo reclaman una «transición justa» en el marco del Pacto Verde. Argumentan que las naciones desarrolladas, que históricamente han contribuido más a la degradación del medio ambiente desde la Primera Revolución Industrial, deberían soportar una mayor parte de la carga del cambio climático. Por ello, instan a los países desarrollados a aumentar su apoyo financiero y tecnológico a la transformación verde.
Conclusión
Aunque el Pacto Verde y los objetivos de desarrollo sostenible ofrecen grandes oportunidades a los países en desarrollo, también plantean serios desafíos. Para alcanzar los objetivos de sostenibilidad, es crucial que las naciones desarrolladas proporcionen apoyo financiero, tecnológico y político a los países en desarrollo.